sábado, 12 de mayo de 2007

¡¡Mira quién nada!! (paciencia,es un poco largo)


Me ha entrado ahora la tontería esa que nos entra a los que somos modelos de fotografía: la obsesión por el cuerpo.

Y vosotros diréis: ¿Desde cuándo coño el niñato este es modelo de fotografía?

Y yo os responderé: Desde que he decidido posar cada vez que me hagan una foto, jejeje.

En una de esas fotos hechas con una cámara digital último modelo de no sé cuántos pixeles y no sé cuántas chorradas más, aparezco yo con mi cuerpo serrano y mostrando una incipiente barriguita de alta resolución. En un principio uno piensa: "La cámara engorda, y más si tiene tantos megapixeles".

Después, cuando llegas a tu casa y recuerdas que en la cámara de Lucía apareces orondo, vas al que crees que es tu gran consolador: el espejo adelgazante del pasillo marca IKEA.

¡¡Pues mala opción!! El espejo es de IKEA, y al ser de IKEA, el cristal no va a ser bueno...como mucho te encontrarás una especie de papel de alumino que hace la función reflejante del espejo pero añadiendo unas pocas desgracias más: los kilos.

Es en ese momento cuando recurres a los pantalones vaqueros recién sacados de la lavadora y que todavía el culo y los muslos de uno no los han dado de sí. Entonces compruebas horrorizado que donde antes iba el cinturón ahora se ha acomodado una pequeña pero incómoda bartolilla.

Desesperadamente buscas el consuelo en otros pantalones y te planteas opciones:

- Dejar de comer.

- Hacer dieta.

- Hacer deporte.

Las dos primeras no, me gusta demasiado comer. Y la tercera...a pesar de la pereza, elegí hacer deporte. Y claro, un deporte que me gustara. Tachín tachán!! LA NATACIÓN.

Y así de feliz iba yo a mi piscina climatizada a conseguir aquello que tanto deseaba: desalojar de mi cuerpo a la incipiente pero molestosa barriguita.

Mi mochila, bañador, mis gafas de bucear, el champú para las duchas (jabón no, que vaya que se caiga y ya la hemos liado) y todo el kit completo del swinming-man.

De la noche a la mañana me había convertido en un David Meca (pero con los dientes más amarillos).

Total, llego todo feliz a la piscina y compruebo varias cosas:

1º- Que el agua de las duchas no está todo lo caliente que a uno le gustaria para poder demostrar su "portento personal" en la zona de baño.

2º- Que el agua de la piscina no está ni la mitad de caliente de como uno la esperaba, llegando a la siguiente concusión: de ninguna forma posible vas a demostrar tu "portento personal" en la zona de baño.

Decido meterme en el agua (intentando evitar las caras de estreñimiento provocadas por una piscina sin climatizar).

Total, me acostumbro al agua horrorosa haciendo ejercicios de estiramiento de esos que quedan tan patéticos pero que uno se cree que está quedando profesional.

Comienzo a nadar, primero despacio, para no demostrar todo mi potencial, y poquito a poco voy subiendo el ritmo.

La piscina se va llenando de gente y, cada vez más agobiado, decido ponerme en la misma calle que un viejecito de unos 70 años.

Pensamiento lógico: "¡qué coñazo tener que estar todo el rato con un ritmo lento detrás del tio este!"

El nadar en la misma calle lo que tiene es que a veces tienes pequeños encontronazos con la otra persona. Y claro, la situación de tirar uno para un lado para quitarse del medio, y que justo la otra persona tire para el mismo lado, se había producido varias veces provocando en él una sonrisa de esas típicas que te dicen "chico, a ver si te decides y dejas de molestar".

Por fin, después de casi una hora, la piscina se queda practicamente vacía. Aprovechando esta situación, me adueño de una calle. ¡Por fin podía nadar con libertad! ¡Me sentia como el alcalde de mi pueblo! Gobernador de calles a mi antojo.

El viejecito, que estaba justo en la calle de al lado, seguía cruzándome miradas. Y entonces pensé, "voy a demostrarle lo bien que nado y así dejará de mirarme de esa manera". Ya ves tú, la intención que tendría la mirada del pobre hombre. Pero mis hormonas en pleno apogeo de masculinidad decidieron por mi: "Vamos a demostrar quién nada más rápido aquí".

Me lancé a nadar como si una ballena fuera (no por la barriga, sino por la cantidad de agua desplazada) y a esto que, después de una hora y media nadando, que el cuerpo ya está resentido, y mucho más para darle un último trote a toda velocidad, mi pantorrilla izquierda empieza a fallar y PLAAFFF!!!! CALAMBRE en pleno mar mediterráneo (lo grande que se ve una piscina cuando no puedes nadar y encima no haces pie - aunque sólo sea con el que tienes en buen estado-)

Como pude me acerqué al bordillo y salí con la expresión de estreñimiendo que al entrar intenté evitar.

Luchando para que aquello me dejara de doler y, para que nadie se diese cuenta de mi cojera, llegué a las gradas, descansé y me fui a los vestuarios a cagarme en todas mis hormonas. Obviamente, entre el agua fría y el dolor muscular, mi portento personal se quedo reducido a la mínima expresión.

Llevo cuatro días cojeando, y encima el viejo nadaba más rápido que yo.

1 comentario:

JoseaGuti dijo...

Anda que ya te vale. jeje Pos hoy he estado yo tb nadado, con otro viejecito en la misma calle, pero a la media hora me he aburrido porque cada vez había más gente y me agobia no tener mi espacio, asi que me pire a la zona de sauna e hidromasaje que estaba menos concurrida :P
Por cierto; ¿ Quién dijo que una barrigita no puede ser sexy? Que obsesión por el fisico que teneis... :P
Besicos